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Las Manos de Dios

Las Manos de Dios

 


Cuando veo la tierra quebrada y abandonada;
hogares y vidas humanas arrasadas
por la furia de los ríos;
amigos y compatriotas con la mirada perdida
porque perdieron todo, hasta lo irrecuperable;
me pregunto…
 
¿Dónde estarán las manos de Dios?
 
Cuando observo la injusticia, la corrupción,
el que explota al débil;
cuando veo al prepotente, pedante,
enriquecerse del ignorante y del pobre,
del obrero y del campesino
carentes de recursos para defender sus derechos,
me pregunto…
 
¿Dónde estarán las manos de Dios?
 
Cuando contemplo a esa anciana olvidada;
cuando su mirada es nostálgica y
balbucea todavía algunas palabras de amor
por el hijo que la abandonó,
me pregunto…
 
¿Dónde estarán las manos de Dios?
 
Cuando veo al moribundo en su agonía lleno de dolor;
cuando observo a su esposa y a sus hijos
deseando no verle sufrir;
cuando el sufrimiento es intolerable
y su lecho se convierte en un grito de súplica de paz,
me pregunto…
 
¿Dónde estarán las manos de Dios?
 
Cuando a esa jovencita que debería sonar en fantasías,
la veo arrastrar su existencia y en su rostro
se refleja ya el hastío de vivir,
y buscando sobrevivir se pinta la boca,
se ciñe el vestido y sale a vender su cuerpo,
me pregunto…
 
¿Dónde estarán las manos de Dios?
 
Cuando aquel pequeño a las tres de la madrugada
me ofrece su periódico,
su miserable cajita de dulces sin vender;
cuando lo veo dormir en la puerta de un zaguán
tiritando de frío,
con unos cuantos periódicos que cubren
su frágil cuerpecito,
cuando su mirada me reclama una caricia,
cuando lo veo sin esperanzas
vagar con la única compañía de un perro callejero,
me pregunto…
 
¿Dónde están las manos de Dios?
 
Y tuve la osadía de enfrentarme a Él y le pregunté:
“¿DÓNDE ESTÁN TUS MANOS SEÑOR
para luchar por la justicia,
para dar una caricia,
un consuelo al abandonado,
rescatar a la juventud de las drogas,
dar amor y ternura a los olvidados?”
 
Después de un largo silencio
escuché su voz que me reclamó:
 
“No te das cuenta que tú eres mis manos,
atrévete a usarlas para lo que fueron hechas:
para dar amor y ser instrumento.”
 
Y comprendí que las manos de Dios soy YO,
… y eres TÚ!
 
Los que tenemos la voluntad, el conocimiento y el
coraje para luchar por un mundo más humano y justo,
aquéllos cuyos ideales sean tan altos que no puedan
dejar de acudir a la llamada del destino,
aquéllos que desafiando el dolor, la crítica y la
blasfemia deciden ser las manos de Dios…
 
Señor, ahora me doy cuenta que mis manos
están sin llenar,
que no han dado lo que deberían dar,
te pido perdón por el amor que me diste
y que no he sabido compartir,
las debo de usar para amar y hacerle honor
a la grandeza de la creación.
 
El mundo necesita mis manos, las tuyas,
llenas de ideales y estrellas,
cuya obra magna sea contribuir día a día
a forjar una nueva civilización,
que busquen valores superiores,
que compartan generosamente
lo que Dios nos ha dado y
puedan al final llegar vacías
porque entregaron todo el amor
para lo que fueron creadas…
 
Y Dios seguramente dirá: “¡ESTAS SON MIS MANOS!”

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La Tristeza y los Santos

Los santos tenían carne y huesos como todos nosotros. Estaban sujetos a todos los sentimientos buenos y malos. Hay en cambio un defecto que no tienen los santos, “la tristeza”.

Se cuenta que san Francisco de Asís, ordenó a sus frailes que mandaran al diablo la tristeza. “Un santo triste, es un triste santo”.

Santa Teresa de Ávila, era violenta e impulsiva, pero muy simpática. Ella decía: “Tengo más miedo a una persona triste que a una legión de demonios: Nada nos hace tanto daño como vivir tristes”.

San Ignacio de Loyola llegó hasta a decir que donde reina la alegría allí está Dios, pero que donde siempre hay tristeza, por allí debe andar Satanás.

San Francisco de Sales enseñaba que “cuando el espíritu del mal no logra que una persona sea mala y viciosa, por lo menos trata de obtener que no sea alegre y que viva triste, porque en el pozo negro de la tristeza se crían todos los malos sentimientos”.

Esta fiesta de todos los santos, debe llevarnos a querer imitarlos ya que todos estamos llamados a la santidad. El comienzo del camino, podría ser imitarlos siendo personas que en medio de las dificultades de la vida, conserven la “alegría” característica en un cristiano que vive su fe.

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La Amistad

Lectura del libro del Eclesiástico 6, 5-17
 
 Las palabras dulces multiplican los amigos y un lenguaje amable favorece las buenas relaciones. Que sean muchos los que te saludan, pero el que te aconseja, sea uno entre mil.

 Si ganas un amigo, gánalo en la prueba, y no le des confianza demasiado pronto. Porque hay amigos ocasionales, que dejan de serlo en el día de tu aflicción.

 Hay amigos que se vuelven enemigos, y para avergonzarte, revelan el motivo de la disputa. Hay amigos que comparten tu mesa y dejan de serlo en el día de la aflicción.

 Mientras te vaya bien, serán como tú mismo y hablarán abiertamente con tus servidores; pero si te va mal, se pondrán contra ti y se esconderán de tu vista.

Sepárate de tus enemigos y sé precavido con tus amigos.

Un amigo fiel es un refugio seguro: el que lo encuentra ha encontrado un tesoro.

Un amigo fiel no tiene precio, no hay manera de estimar su valor.

Un amigo fiel es un bálsamo de vida, que encuentran los que temen al Señor. El que teme al Señor encamina bien su amistad, porque como es él, así también será su amigo.

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Fe y ansiedad

El 17 de julio del año 70 por primera vez después del exilio en Babilonia, dejan de celebrarse sacrificios en el Templo.
 
Desde entonces, nunca más los ha habido.
 
Y Jesús profetiza con dolor esa destrucción de Jerusalén, y llora por ese pueblo – su pueblo – pero da un mensaje de esperanza: Jerusalén será pisoteada por las naciones, hasta que se cumplan los tiempos de las naciones.
 
¿Nosotros, compartimos esa esperanza?
 
Los psicólogos dicen que lo más característico del hombre de nuestra época es la ansiedad. Hay más gente que se preocupa y angustia por un mayor número de cosas, que en cualquier otra etapa de la historia humana.
Puede ser cierto este diagnóstico, pero esto ocurre porque fallamos en nuestra fe en Dios y en su providencia.
 
No es que hayamos seriamente renunciado a nuestra fe. Intelectualmente seguimos creyendo en Dios y en lo que El nos enseña. Sin embargo, nuestras obras nos llevan al borde del ateísmo. Nuestra fe no es una fe activa ni operativa. Nuestras creencias no impregnan nuestras actitudes y sentimientos.
Decimos que creemos que Dios es infinitamente poderoso, que ha creado y controla todo el universo. También confesamos que Dios es infinitamente sabio  y que sabe siempre que es lo mejor para el cumplimiento de sus fines. Afirmamos que sabemos que Dios nos ama a cada uno con un amor individual y personal, que busca siempre lo mejor para nosotros, es decir, lo mejor para llevarnos a la unión con El para siempre.
 
Si sabemos todo esto ¿como podemos ser víctimas de las preocupaciones?
La única respuesta posible es que vivimos nuestras vidas a dos niveles. A nivel de la oración, y las practicas de piedad, vivimos la fe. A nivel de la actividad diaria, somos unos ateos prácticos. Y por eso creemos que todo el peso del futuro recae sobre nuestras espaldas.
 
Preocuparse no es cristiano. La preocupación deshonra a Dios, porque presupone que Dios no es providente, y no tiene las cosas bajo control. Que Dios no se interesa por mi.
 
Tenemos si, la obligación de ocuparnos.
Pero nuestra ocupación debe ser generosamente complementada por la esperanza. Si no se convierte en preocupación. Nuestra confianza en Dios y en su constante y amoroso cuidado no debe disminuir.
 

 

El 17 de julio del año 70 por primera vez después del exilio en Babilonia, dejan de celebrarse sacrificios en el Templo.
 
Desde entonces, nunca más los ha habido.
 
Y Jesús profetiza con dolor esa destrucción de Jerusalén, y llora por ese pueblo – su pueblo – pero da un mensaje de esperanza: Jerusalén será pisoteada por las naciones, hasta que se cumplan los tiempos de las naciones.
 
¿Nosotros, compartimos esa esperanza?
 
Los psicólogos dicen que lo más característico del hombre de nuestra época es la ansiedad. Hay más gente que se preocupa y angustia por un mayor número de cosas, que en cualquier otra etapa de la historia humana.
Puede ser cierto este diagnóstico, pero esto ocurre porque fallamos en nuestra fe en Dios y en su providencia.
 
No es que hayamos seriamente renunciado a nuestra fe. Intelectualmente seguimos creyendo en Dios y en lo que El nos enseña. Sin embargo, nuestras obras nos llevan al borde del ateísmo. Nuestra fe no es una fe activa ni operativa. Nuestras creencias no impregnan nuestras actitudes y sentimientos.
Decimos que creemos que Dios es infinitamente poderoso, que ha creado y controla todo el universo. También confesamos que Dios es infinitamente sabio  y que sabe siempre que es lo mejor para el cumplimiento de sus fines. Afirmamos que sabemos que Dios nos ama a cada uno con un amor individual y personal, que busca siempre lo mejor para nosotros, es decir, lo mejor para llevarnos a la unión con El para siempre.
 
Si sabemos todo esto ¿como podemos ser víctimas de las preocupaciones?
La única respuesta posible es que vivimos nuestras vidas a dos niveles. A nivel de la oración, y las practicas de piedad, vivimos la fe. A nivel de la actividad diaria, somos unos ateos prácticos. Y por eso creemos que todo el peso del futuro recae sobre nuestras espaldas.
 
Preocuparse no es cristiano. La preocupación deshonra a Dios, porque presupone que Dios no es providente, y no tiene las cosas bajo control. Que Dios no se interesa por mi.
 
Tenemos si, la obligación de ocuparnos.
Pero nuestra ocupación debe ser generosamente complementada por la esperanza. Si no se convierte en preocupación. Nuestra confianza en Dios y en su constante y amoroso cuidado no debe disminuir.

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Es fragil la Fe

He perdido la fe

«Recuerdo –me contaba en confianza un antiguo compañero mío– aquellas devociones de mi niñez y mi primera adolescencia, y la verdad es que siento haber perdido la fe. Pero así ha sido.

Cuando mi pensamiento vuelve, con nostalgia, a aquellos recuerdos, aún adivino que había en ellos algo grande y valioso. Me sentía a gusto entonces, en esa inocencia, pero ahora pienso que todo aquello era demasiado místico, que la realidad no es así.

Mi afición a la filosofía y aquellas ávidas lecturas de juventud deshicieron enseguida, como un terrón de azúcar en el café, aquel clima religioso de la niñez. La imprecisión y vaguedad de mi fe infantil se convirtió con los años en una demoledora duda intelectual. Yo quisiera creer, pero ahora no me parece serio creer. La razón me lo estorba.»

En muchas ocasiones, como sucede en esta, una persona avanza con los años en su preparación profesional, en su formación cultural, en su madurez afectiva e intelectual…, pero, sin embargo, su conocimiento de la fe se queda estancado en unos conceptos elementales aprendidos en la niñez.

Y a ese desfase hay que añadir, en algunos casos, el triste hecho de que esa formación religiosa quizá fue impartida por personas de conducta poco coherente.

Cuando todo esto sucede, la fe va dejando de informar la vida, y se va rechazando poco a poco, de una manera insensible. Y esas personas acaban por decir que Dios no les interesa, que no tiene sitio en su vida, o que para ellos es poco importante.

Este proceso, lamentablemente corriente, demuestra la fragilidad de la fe en personas que se educaron asumiendo unas simples prácticas religiosas sin preocuparse por alcanzar un conocimiento real y profundo de la fe. La vida espiritual no puede reducirse a una actividad sentimental ajena a lo racional.

El creyente debe buscar en su vida espiritual
una fuente de luz que facilite una vida intelectual rigurosa.


¿Y cuando aparecen las dudas?

Es natural que a veces se presenten dudas. Pero eso no es perder la fe, pues se puede conservar la fe mientras se profundiza en la resolución de esas dudas. Es más, en muchos casos la duda abre la puerta a la reflexión y a la profundización, para así alcanzar una fe más madura: en ese sentido puede incluso resultar positiva.

Es preciso buscar respuesta a las dudas, a esas aparentes contradicciones, aunque no siempre se llegue a comprender todo enseguida. Así lo explicaba Joseph Ratzinger: La fe no elimina las preguntas; es más, un creyente que no se hiciera preguntas acabaría encorsetándose.

Por otra parte, aunque sea cierto que el creyente puede sentirse amenazado por la duda, hay que recordar que tampoco el no creyente vive en una existencia cerrada a la duda. Incluso aquel que se comporte como un ateo total, que ha logrado acallar casi por completo la llamada de lo sobrenatural, siempre sentirá la misteriosa inseguridad de si su ateísmo será un engaño.

El creyente puede sentirse amenazado por la incredulidad, pero quien pretenda eludir esa incertidumbre de la fe, caerá en la incertidumbre de la incredulidad, que no puede negar de manera definitiva que la fe sea verdadera. Al ateo y al agnóstico siempre les acuciará la duda de si la fe no será real. Nadie puede sustraerse a ese dilema humano. Sólo al rechazar la fe se da uno cuenta de que es irrechazable.

«Es inevitable –ha escrito Rosario Bofill- que a veces tengamos que caminar entre nieblas.

En cierta manera, la fe es la capacidad
de soportar la duda.

Y de vez en cuando, una persona, una reflexión, o una lectura nos hacen atisbar un poco de ese misterio por el que uno ha optado. Cada creyente sabe que alguna vez ha tenido evidencias de la existencia de Dios, pequeñas pruebas que quizá vistas por otro, fuera de su contexto, le harían sonreír displicente…

Y a lo largo de los siglos la mayoría de los hombres han experimentado esa necesidad de Dios. ¿Es esto una prueba de que existe? Pienso que sí, invocado de distinta forma en las distintas religiones y en los distintos siglos.

Si me repugna creer que el mundo está abocado al absurdo, debo creer que más allá de la muerte hay algo, que tendremos otra vida distinta a la de ahora. Hay una razón de justicia que me parece imperiosa: ¿cómo Dios no va a dar a los pobres, a los desheredados, a los que viven en la miseria, a los que sufren tanto en esta vida, su parte de felicidad? Ha de haber algo que restablezca el orden y dé a los que aquí no han tenido nada, la plenitud. Y que los que aquí han amado no vean acabado su amor.

Siento una voz íntima, un grito interior que me hace creer que es imposible un mundo sin Dios, un mundo del absurdo. Porque un mundo sin Dios me parece un absurdo total. ¿A qué esa sed interior, esa angustia, ese deseo de vida del hombre? Ese amasijo de sentimientos, inteligencia, deseos, nostalgia, que somos las mujeres y los hombres, cada uno a su manera, ¿qué sentido tienen perdidos en el cosmos sin un Dios que al fin dé respuesta a tanto deseo, tanto vacío, tanto anhelo?

He tenido que madurar mi educación religiosa de la infancia y la juventud, pero recibí unos principios básicos a los que he sido fiel. Hay gente que cuando se hace adulta rechaza lo que le enseñaron y cómo le educaron. Sin duda al hacerse adulto uno tiene que reflexionar sobre su fe y madurar, pero creo que es una suerte haber vivido rodeada de gente que ha vivido a fondo su fe, y también haberse encontrado con personas críticas, buenos creyentes, que son los que más me han ayudado. La fe es como una herencia que no quisiera echar por la borda y a la que en lo más hondo de mí estoy muy agradecida».

A veces lo que plantea dudas no es la fe, sino la práctica de la fe: lo difícil no es creer, sino vivir lo que se cree. Todo el mundo siente esa tensión en su interior. Todo hombre se siente atraído por extremos diferentes, y experimenta el tirón de lo que sabe que va contra sus convicciones. Pero eso no significa una rotura.

De vez en cuando pueden surgir dudas sobre la propia capacidad de vivir la fe. Se nos puede hacer un poco más cuesta arriba. Es preciso entonces seguir esforzándose por mejorar, con la confianza de que precisamente gracias a esa fe, iremos recibiendo más luz y más fortaleza, profundizaremos más en esa fe y la viviremos mejor. La fe ayuda a vivir esa coherencia de vida, sin que esas tensiones tengan por qué producir frustración o ruptura.

Pero muchos, en esa cuesta arriba, abandonan la práctica religiosa. Suele suceder cuando se ve la práctica religiosa como un fin y no como un medio. Por eso es importante levantar la vista por encima del acontecer diario para atisbar la meta a la que nos dirigimos. Ser buen cristiano puede a veces resultar costoso, pero merece la pena. Además, esos momentos de cuesta arriba siempre brindan al hombre una oportunidad de dar lo mejor de sí mismo. Son la piedra de toque que identifica la calidad del edificio que estamos construyendo con nuestra vida.

“El ser humano –escribe Javier Echevarría– posee una capacidad de infinito que sólo el Infinito, Dios mismo, puede saciar. Hay en nosotros un fondo que nada ni nadie, excepto Dios, logra llenar; y, en consecuencia, existe –incluso en las más grandes amistades y en los más grandes amores– una cierta experiencia de límite, de soledad no superada. En ocasiones, esa experiencia engendra miedo, repliegue sobre sí mismo para conservar un reducto de intimidad en el que nadie entre; en otras, impulsa hacia adelante, a buscar algo más. De este modo se encauza una inquietud del espíritu que sólo en Dios puede encontrar finalmente reposo”.


¿Está anticuada la Iglesia?

A ojos de muchos, la Iglesia aparece como algo anticuado, cuyos métodos se han ido anquilosando. Son muchos, en efecto, los que tienen esa extraña imagen. Pienso que si conocieran la fe y la realidad de la Iglesia con mayor profundidad, comprobarían que en la Iglesia sopla un aire fresco de novedad y de ideales grandes. Verían que brinda una espléndida posibilidad de transformar la propia vida.

Por eso es importante que los cristianos promuevan, por decirlo así, una cierta curiosidad por lo que significa realmente ser cristiano, y que fomenten el interés por contemplar la riqueza que la fe contiene, su variedad, su capacidad de resolver los problemas del hombre de hoy. Para descubrirlo hay que acercarse un poco, pues la fe se entiende mucho mejor cuando uno se pone en camino.

Algunos ven la fe como una simple coraza que el hombre se fabrica para sentirse mejor consigo mismo. La religión da respuesta a muchas preguntas y miedos que el hombre lleva consigo, y le ayuda a superarlos. En ese sentido, es cierto que ayuda a sentirse mejor con uno mismo. Pero aunque tenga esos efectos psicoterapéuticos, la fe no es eso, es mucho más.

En todas las épocas de la humanidad ha existido la tendencia del hombre hacia lo eterno, hacia Dios. Y de la misma manera que el hombre se siente mejor cuando lleva bien sus relaciones humanas, es lógico que sienta lo mismo, y con más intensidad, cuando lleva bien su relación con Dios.


Vivir sin fe

Parece bastante más fácil no creer que creer. Puede parecer más sencillo, o más cómodo, en el sentido de que quien no cree no se liga a nada. En ese sentido es fácil. Pero vivir sin fe no es tan fácil. La vida sin fe es complicada generalmente, porque el hombre no puede vivir sin puntos de referencia. No tenemos más que recordar la filosofía de Sartre, Camus, o de otros muchos, para comprobarlo enseguida.

La carga que conlleva la falta de fe es mucho más pesada. Tener fe es, en cierta manera, una opción. Elegir entre dos modos de ver la vida. Ambos modos –vivir con fe o sin ella– se presentan como dos posibilidades coherentes. Sin embargo, pienso que la razón y la observación de la naturaleza y del hombre llevan indefectiblemente hacia la fe. De todas formas, al final hay siempre una decisión de la voluntad. Una decisión perfectamente compatible con que después uno pueda sentir a veces el atractivo de la otra opción.

La vida con fe es más esperanzada, más optimista, más alegre.

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El Perdon

Ante todo debemos entender que el perdón no es un sentimiento, sino ante todo: UN ACTO DE LA VOLUNTAD. Cuando una persona nos ofende se crea en nosotros un “sentimiento” (generalmente de resentimiento pudiendo incluso llegar al odio) del cual, de manera ordinaria, no podemos tener control pues responde a una acción que toca un área “espiritual” (lo mismo podemos decir para el amor, la envidia, etc.). Este sentimiento se incrementará con la repetición de acciones semejantes a las que lo crearon y/o reaccionando de acuerdo al “impulso” natural de este sentimiento (en este caso sería la agresión); disminuirá, pudiendo llegar a desaparecer, con una respuesta contraria a la que el sentimiento genera. Perdonar es la decisión que el hombre toma de no reaccionar de acuerdo al sentimiento, sino por el contrario, buscar la acción que pueda ayudar a que esta desaparezca como puede ser una sonrisa, el servicio, la cortesía, etc.. Por ello el perdón exige renuncia… renuncia a nosotros mismos, a nuestro afán de venganza, a actuar conforme a nuestra pasión. En pocas palabras, perdonar es devolver bien a cambio de mal. Solo si nosotros perdonamos, no solo tendremos también el perdón de Dios, sino que experimentaremos la verdadera alegría de amar.

NO es fácil… pero todo es posible con la gracia de Dios.

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Como se mueve Dios

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Cita sobre el destino de los muertos

Lectura del libro de la Sabiduría 2, 23-3, 9

 Dios creó al hombre para que fuera incorruptible y lo hizo a imagen de su propia naturaleza, pero por la envidia del demonio entró la muerte en el mundo, y los que pertenecen a él tienen que padecerla.

 Las almas de los justos están en las manos de Dios, y no los afectará ningún tormento. A los ojos de los insensatos parecían muertos;  su partida de este mundo fue considerada una desgracia y su alejamiento de nosotros, una completa destrucción;  pero ellos están en paz. A los ojos de los hombres, ellos fueron castigados, pero su esperanza estaba colmada de inmortalidad.

 Por una leve corrección, recibirán grandes beneficios, porque Dios los puso a prueba y los encontró dignos de él. Los probó como oro en el crisol y los aceptó como un holocausto. Por eso brillarán cuando Dios los visite, y se extenderán como chispas por los rastrojos. Juzgarán a las naciones y dominarán a los pueblos, y el Señor será su rey para siempre.

 Los que confían en él comprenderán la verdad y los que le son fieles permanecerán junto a él en el amor. Porque la gracia y la misericordia son para sus elegidos.

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Predicador del Papa: Celibato y virginidad, «don» del Espíritu para utilidad común

CIUDAD DEL VATICANO, 20 diciembre 2002 (ZENIT.org).- La virginidad como manifestación del Espíritu para el provecho común fue el tema central de la última predicación dirigida este viernes al Papa y a la Curia romana por el padre Cantalamessa para prepararles espiritualmente a la Navidad.

«Si la castidad consagrada es un carisma –afirmo el fraile capuchino–, entonces es más un don recibido de Dios que un don hecho a Dios. Se trata de una distinción fundamental que el padre Cantalamessa invitó a considerar desde una perspectiva positiva.

De ahí la necesidad –para los célibes y las vírgenes consagradas– de «pasar de la actitud de quien cree haber hecho un ofrecimiento y un sacrificio, a la actitud –absolutamente distinta— de quien advierte que ha recibido un don y que debe ponerse más bien a dar gracias», subrayó el predicador de la Casa Pontificia.

Ello también explica que quien ha sido tocado en el corazón por este carisma está llamado a testimoniar la humildad –que impide vanagloriarse de la propia continencia por el reino de Dios–, la libertad interior de una elección más fuerte que las tentaciones por las que se ve acechada, la alegría y la belleza de una vocación que simboliza al mundo la luz de la resurrección más que la tristeza de la cruz, y el aspecto del don más que el esfuerzo de la renuncia.

«Pero tal vez, el resultado más importante que se obtiene al hablar de virginidad y celibato en término de carismas es el de hacer caer definitivamente la latente contraposición entre virginidad y matrimonio, que tanto ha afectado estas vocaciones cristianas», constató el padre Cantalamessa.

«En la noción de carisma y en la de vocación –explicó–, las dos formas de vida pueden finalmente vivir plenamente reconciliadas y edificarse recíprocamente. La virginidad consagrada no es un asunto privado, una elección personal de perfección. Es, al contrario, “para el provecho común” y está para “el servicio de los demás”. En la Iglesia, vírgenes y casados se “edifican” mutuamente».

De acuerdo con la predicación del padre Cantalamessa, mientras los primeros llaman de nuevo a los cónyuges a «la primacía de Dios y de aquello que no pasa», los segundos pueden enseñar a los consagrados «la generosidad», el «olvido de sí» experimentado en el servicio a la vida y en la educación de los hijos, «una cierta humanidad que procede del contacto directo con los dramas de la vida».

«Esto muestra la utilidad de que haya en la comunidad cristiana una sana integración de los carismas –expuso–, por los cuales los casados y los célibes no vivan rígidamente separados los unos de los otros, sino de forma que se ayuden y exhorten mutuamente a crecer».

«No es cierto –advirtió— que la cercanía del otro sexo y de las familias, para quien no está casado, sea siempre y necesariamente una insidia y una oscura amenaza. Puede serlo si no se ha producido aún una aceptación libre, alegre y definitiva de la propia vocación, pero esto también se aplica a quien esté casado».

«Lo más bello que podemos hacer como conclusión de nuestras reflexiones sobre el celibato y la virginidad por el Reino –invitó el predicador del Papa— es renovar nuestro “Heme aquí” y nuestro “Sí”. No con una “resignada aceptación”, sino con el “deseo” y la “impaciencia” de María en la Anunciación».

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Abre la puerta