Full text de la visita de Rafa a TAmpico!!!
Month: August 2004
El Taxista y el Cura
Había una vez, en un pueblo, dos hombres que se
llamaban Joaquín González. Uno era sacerdote y el otro era taxista. Quiere el destino que los dos mueran el mismo día. Entonces, llegan al cielo, donde les espera San Pedro.
-Tu nombre? pregunta San Pedro al primero.
– Joaquín González.
– El sacerdote?
– No, no; el taxista.
San Pedro consulta su planilla y dice:
– Bueno, te has ganado el Paraíso. Te corresponden estas túnicas de seda con hilos de oro y esta vara de oro con incrustaciones de rubíes. Puedes pasar.
– Gracias, gracias… – dice el taxista.
Pasan dos personas más, y luego le toca el turno al otro Joaquín, quien había presenciado la entrada de su paisano.
-Tu nombre?
– Joaquín González.
-El sacerdote?
– Sí.
– Muy bien, hijo mío. Te has ganado el Paraíso. Te corresponde esta bata de poliéster y esta vara de plástico.
El sacerdote dice:
– Perdón, no es por presumir, pero… debe haber un error. Yo soy Joaquín González, el sacerdote!
– Sí, hijo mío, te has ganado el Paraíso, te corresponde la bata de…
– No, no puede ser! Yo conozco al otro señor, era un taxista, vivía en mi pueblo, era un desastre como taxista!. Se subía a las aceras, chocaba todos los días, una vez se estrelló contra una casa, conducía
muy mal, tiraba los postes de alumbrado, se llevaba todo por delante. Y yo me pasé cincuenta años de mi vida predicando todos los domingos en la parroquia.
Cómo puede ser que a él le toque una túnica con hilos
de oro y vara de platino y a mí esto? Debe haber un error!
– No, no es ningún error- dice San Pedro. Lo que pasa es que aquí en el cielo ha llegado la globalización con sus nuevos enfoques administrativos. Nosotros ya no hacemos las evaluaciones como antes.
-Cómo? No entiendo…
– Claro, ahora nos manejamos por objetivos y
resultados.
Mira, te voy a explicar tu caso y lo entenderás enseguida: durante los últimos cincuenta años, cada vez que tú predicabas, la gente se dormía; pero cada vez que el taxista conducía, la gente rezaba y se acordaba de Dios. Entonces, quién vendía más nuestros servicios?
Nos interesan los resultados, hijo mío. Re – sul – ta – dos !
Virgen Maria
Te prestare por un tiempo
Solo nos queda lo que damos
Sólo nos acariciará, el amor que prodigamos.
Sólo nos alegrará, la sonrisa que regalamos.
Sólo nos alimentará, el pan que compartimos.
Sólo nos cubrirá, el vestido con que al prójimo arropamos.
Sólo nos descansará, el cansancio del peregrino que hospedamos.
Sólo nos consolará, la palabra con que reconfortamos.
Sólo nos guiará, la verdad que proclamamos.
Sólo nos sanará, el consuelo del enfermo que visitamos.
Sólo nos dará paz, la ofensa que perdonamos.
Sólo hará renacer la esperanza, la mirada que al cielo dirigimos y las manos con que abrazamos.
Sólo nos conducirá a la VIDA, la confianza que en el Padre depositamos.
Así la humilde solidaridad de cada día, construye fraternidad y enriquece nuestras vidas, porque…
¡SÓLO NOS QUEDA LO QUE DAMOS!.
Las Manos de Dios
Cuando veo la tierra quebrada y abandonada;
cuando el sufrimiento es intolerable
La Tristeza y los Santos
Los santos tenían carne y huesos como todos nosotros. Estaban sujetos a todos los sentimientos buenos y malos. Hay en cambio un defecto que no tienen los santos, “la tristeza”.
Se cuenta que san Francisco de Asís, ordenó a sus frailes que mandaran al diablo la tristeza. “Un santo triste, es un triste santo”.
Santa Teresa de Ávila, era violenta e impulsiva, pero muy simpática. Ella decía: “Tengo más miedo a una persona triste que a una legión de demonios: Nada nos hace tanto daño como vivir tristes”.
San Ignacio de Loyola llegó hasta a decir que donde reina la alegría allí está Dios, pero que donde siempre hay tristeza, por allí debe andar Satanás.
San Francisco de Sales enseñaba que “cuando el espíritu del mal no logra que una persona sea mala y viciosa, por lo menos trata de obtener que no sea alegre y que viva triste, porque en el pozo negro de la tristeza se crían todos los malos sentimientos”.
Esta fiesta de todos los santos, debe llevarnos a querer imitarlos ya que todos estamos llamados a la santidad. El comienzo del camino, podría ser imitarlos siendo personas que en medio de las dificultades de la vida, conserven la “alegría” característica en un cristiano que vive su fe.
La Amistad
Lectura del libro del Eclesiástico 6, 5-17
Las palabras dulces multiplican los amigos y un lenguaje amable favorece las buenas relaciones. Que sean muchos los que te saludan, pero el que te aconseja, sea uno entre mil.
Si ganas un amigo, gánalo en la prueba, y no le des confianza demasiado pronto. Porque hay amigos ocasionales, que dejan de serlo en el día de tu aflicción.
Hay amigos que se vuelven enemigos, y para avergonzarte, revelan el motivo de la disputa. Hay amigos que comparten tu mesa y dejan de serlo en el día de la aflicción.
Mientras te vaya bien, serán como tú mismo y hablarán abiertamente con tus servidores; pero si te va mal, se pondrán contra ti y se esconderán de tu vista.
Sepárate de tus enemigos y sé precavido con tus amigos.
Un amigo fiel es un refugio seguro: el que lo encuentra ha encontrado un tesoro.
Un amigo fiel no tiene precio, no hay manera de estimar su valor.
Un amigo fiel es un bálsamo de vida, que encuentran los que temen al Señor. El que teme al Señor encamina bien su amistad, porque como es él, así también será su amigo.
Fe y ansiedad
El 17 de julio del año 70 por primera vez después del exilio en Babilonia, dejan de celebrarse sacrificios en el Templo.
Desde entonces, nunca más los ha habido.
Y Jesús profetiza con dolor esa destrucción de Jerusalén, y llora por ese pueblo – su pueblo – pero da un mensaje de esperanza: Jerusalén será pisoteada por las naciones, hasta que se cumplan los tiempos de las naciones.
¿Nosotros, compartimos esa esperanza?
Los psicólogos dicen que lo más característico del hombre de nuestra época es la ansiedad. Hay más gente que se preocupa y angustia por un mayor número de cosas, que en cualquier otra etapa de la historia humana.
Puede ser cierto este diagnóstico, pero esto ocurre porque fallamos en nuestra fe en Dios y en su providencia.
No es que hayamos seriamente renunciado a nuestra fe. Intelectualmente seguimos creyendo en Dios y en lo que El nos enseña. Sin embargo, nuestras obras nos llevan al borde del ateísmo. Nuestra fe no es una fe activa ni operativa. Nuestras creencias no impregnan nuestras actitudes y sentimientos.
Decimos que creemos que Dios es infinitamente poderoso, que ha creado y controla todo el universo. También confesamos que Dios es infinitamente sabio y que sabe siempre que es lo mejor para el cumplimiento de sus fines. Afirmamos que sabemos que Dios nos ama a cada uno con un amor individual y personal, que busca siempre lo mejor para nosotros, es decir, lo mejor para llevarnos a la unión con El para siempre.
Si sabemos todo esto ¿como podemos ser víctimas de las preocupaciones?
La única respuesta posible es que vivimos nuestras vidas a dos niveles. A nivel de la oración, y las practicas de piedad, vivimos la fe. A nivel de la actividad diaria, somos unos ateos prácticos. Y por eso creemos que todo el peso del futuro recae sobre nuestras espaldas.
Preocuparse no es cristiano. La preocupación deshonra a Dios, porque presupone que Dios no es providente, y no tiene las cosas bajo control. Que Dios no se interesa por mi.
Tenemos si, la obligación de ocuparnos.
Pero nuestra ocupación debe ser generosamente complementada por la esperanza. Si no se convierte en preocupación. Nuestra confianza en Dios y en su constante y amoroso cuidado no debe disminuir.
El 17 de julio del año 70 por primera vez después del exilio en Babilonia, dejan de celebrarse sacrificios en el Templo.
Desde entonces, nunca más los ha habido.
Y Jesús profetiza con dolor esa destrucción de Jerusalén, y llora por ese pueblo – su pueblo – pero da un mensaje de esperanza: Jerusalén será pisoteada por las naciones, hasta que se cumplan los tiempos de las naciones.
¿Nosotros, compartimos esa esperanza?
Los psicólogos dicen que lo más característico del hombre de nuestra época es la ansiedad. Hay más gente que se preocupa y angustia por un mayor número de cosas, que en cualquier otra etapa de la historia humana.
Puede ser cierto este diagnóstico, pero esto ocurre porque fallamos en nuestra fe en Dios y en su providencia.
No es que hayamos seriamente renunciado a nuestra fe. Intelectualmente seguimos creyendo en Dios y en lo que El nos enseña. Sin embargo, nuestras obras nos llevan al borde del ateísmo. Nuestra fe no es una fe activa ni operativa. Nuestras creencias no impregnan nuestras actitudes y sentimientos.
Decimos que creemos que Dios es infinitamente poderoso, que ha creado y controla todo el universo. También confesamos que Dios es infinitamente sabio y que sabe siempre que es lo mejor para el cumplimiento de sus fines. Afirmamos que sabemos que Dios nos ama a cada uno con un amor individual y personal, que busca siempre lo mejor para nosotros, es decir, lo mejor para llevarnos a la unión con El para siempre.
Si sabemos todo esto ¿como podemos ser víctimas de las preocupaciones?
La única respuesta posible es que vivimos nuestras vidas a dos niveles. A nivel de la oración, y las practicas de piedad, vivimos la fe. A nivel de la actividad diaria, somos unos ateos prácticos. Y por eso creemos que todo el peso del futuro recae sobre nuestras espaldas.
Preocuparse no es cristiano. La preocupación deshonra a Dios, porque presupone que Dios no es providente, y no tiene las cosas bajo control. Que Dios no se interesa por mi.
Tenemos si, la obligación de ocuparnos.
Pero nuestra ocupación debe ser generosamente complementada por la esperanza. Si no se convierte en preocupación. Nuestra confianza en Dios y en su constante y amoroso cuidado no debe disminuir.
Es fragil la Fe
He perdido la fe
«Recuerdo –me contaba en confianza un antiguo compañero mío– aquellas devociones de mi niñez y mi primera adolescencia, y la verdad es que siento haber perdido la fe. Pero así ha sido.
Cuando mi pensamiento vuelve, con nostalgia, a aquellos recuerdos, aún adivino que había en ellos algo grande y valioso. Me sentía a gusto entonces, en esa inocencia, pero ahora pienso que todo aquello era demasiado místico, que la realidad no es así.
Mi afición a la filosofía y aquellas ávidas lecturas de juventud deshicieron enseguida, como un terrón de azúcar en el café, aquel clima religioso de la niñez. La imprecisión y vaguedad de mi fe infantil se convirtió con los años en una demoledora duda intelectual. Yo quisiera creer, pero ahora no me parece serio creer. La razón me lo estorba.»
En muchas ocasiones, como sucede en esta, una persona avanza con los años en su preparación profesional, en su formación cultural, en su madurez afectiva e intelectual…, pero, sin embargo, su conocimiento de la fe se queda estancado en unos conceptos elementales aprendidos en la niñez.
Y a ese desfase hay que añadir, en algunos casos, el triste hecho de que esa formación religiosa quizá fue impartida por personas de conducta poco coherente.
Cuando todo esto sucede, la fe va dejando de informar la vida, y se va rechazando poco a poco, de una manera insensible. Y esas personas acaban por decir que Dios no les interesa, que no tiene sitio en su vida, o que para ellos es poco importante.
Este proceso, lamentablemente corriente, demuestra la fragilidad de la fe en personas que se educaron asumiendo unas simples prácticas religiosas sin preocuparse por alcanzar un conocimiento real y profundo de la fe. La vida espiritual no puede reducirse a una actividad sentimental ajena a lo racional.
El creyente debe buscar en su vida espiritual
una fuente de luz que facilite una vida intelectual rigurosa.
¿Y cuando aparecen las dudas?
Es natural que a veces se presenten dudas. Pero eso no es perder la fe, pues se puede conservar la fe mientras se profundiza en la resolución de esas dudas. Es más, en muchos casos la duda abre la puerta a la reflexión y a la profundización, para así alcanzar una fe más madura: en ese sentido puede incluso resultar positiva.
Es preciso buscar respuesta a las dudas, a esas aparentes contradicciones, aunque no siempre se llegue a comprender todo enseguida. Así lo explicaba Joseph Ratzinger: La fe no elimina las preguntas; es más, un creyente que no se hiciera preguntas acabaría encorsetándose.
Por otra parte, aunque sea cierto que el creyente puede sentirse amenazado por la duda, hay que recordar que tampoco el no creyente vive en una existencia cerrada a la duda. Incluso aquel que se comporte como un ateo total, que ha logrado acallar casi por completo la llamada de lo sobrenatural, siempre sentirá la misteriosa inseguridad de si su ateísmo será un engaño.
El creyente puede sentirse amenazado por la incredulidad, pero quien pretenda eludir esa incertidumbre de la fe, caerá en la incertidumbre de la incredulidad, que no puede negar de manera definitiva que la fe sea verdadera. Al ateo y al agnóstico siempre les acuciará la duda de si la fe no será real. Nadie puede sustraerse a ese dilema humano. Sólo al rechazar la fe se da uno cuenta de que es irrechazable.
«Es inevitable –ha escrito Rosario Bofill- que a veces tengamos que caminar entre nieblas.
En cierta manera, la fe es la capacidad
de soportar la duda.
Y de vez en cuando, una persona, una reflexión, o una lectura nos hacen atisbar un poco de ese misterio por el que uno ha optado. Cada creyente sabe que alguna vez ha tenido evidencias de la existencia de Dios, pequeñas pruebas que quizá vistas por otro, fuera de su contexto, le harían sonreír displicente…
Y a lo largo de los siglos la mayoría de los hombres han experimentado esa necesidad de Dios. ¿Es esto una prueba de que existe? Pienso que sí, invocado de distinta forma en las distintas religiones y en los distintos siglos.
Si me repugna creer que el mundo está abocado al absurdo, debo creer que más allá de la muerte hay algo, que tendremos otra vida distinta a la de ahora. Hay una razón de justicia que me parece imperiosa: ¿cómo Dios no va a dar a los pobres, a los desheredados, a los que viven en la miseria, a los que sufren tanto en esta vida, su parte de felicidad? Ha de haber algo que restablezca el orden y dé a los que aquí no han tenido nada, la plenitud. Y que los que aquí han amado no vean acabado su amor.
Siento una voz íntima, un grito interior que me hace creer que es imposible un mundo sin Dios, un mundo del absurdo. Porque un mundo sin Dios me parece un absurdo total. ¿A qué esa sed interior, esa angustia, ese deseo de vida del hombre? Ese amasijo de sentimientos, inteligencia, deseos, nostalgia, que somos las mujeres y los hombres, cada uno a su manera, ¿qué sentido tienen perdidos en el cosmos sin un Dios que al fin dé respuesta a tanto deseo, tanto vacío, tanto anhelo?
He tenido que madurar mi educación religiosa de la infancia y la juventud, pero recibí unos principios básicos a los que he sido fiel. Hay gente que cuando se hace adulta rechaza lo que le enseñaron y cómo le educaron. Sin duda al hacerse adulto uno tiene que reflexionar sobre su fe y madurar, pero creo que es una suerte haber vivido rodeada de gente que ha vivido a fondo su fe, y también haberse encontrado con personas críticas, buenos creyentes, que son los que más me han ayudado. La fe es como una herencia que no quisiera echar por la borda y a la que en lo más hondo de mí estoy muy agradecida».
A veces lo que plantea dudas no es la fe, sino la práctica de la fe: lo difícil no es creer, sino vivir lo que se cree. Todo el mundo siente esa tensión en su interior. Todo hombre se siente atraído por extremos diferentes, y experimenta el tirón de lo que sabe que va contra sus convicciones. Pero eso no significa una rotura.
De vez en cuando pueden surgir dudas sobre la propia capacidad de vivir la fe. Se nos puede hacer un poco más cuesta arriba. Es preciso entonces seguir esforzándose por mejorar, con la confianza de que precisamente gracias a esa fe, iremos recibiendo más luz y más fortaleza, profundizaremos más en esa fe y la viviremos mejor. La fe ayuda a vivir esa coherencia de vida, sin que esas tensiones tengan por qué producir frustración o ruptura.
Pero muchos, en esa cuesta arriba, abandonan la práctica religiosa. Suele suceder cuando se ve la práctica religiosa como un fin y no como un medio. Por eso es importante levantar la vista por encima del acontecer diario para atisbar la meta a la que nos dirigimos. Ser buen cristiano puede a veces resultar costoso, pero merece la pena. Además, esos momentos de cuesta arriba siempre brindan al hombre una oportunidad de dar lo mejor de sí mismo. Son la piedra de toque que identifica la calidad del edificio que estamos construyendo con nuestra vida.
“El ser humano –escribe Javier Echevarría– posee una capacidad de infinito que sólo el Infinito, Dios mismo, puede saciar. Hay en nosotros un fondo que nada ni nadie, excepto Dios, logra llenar; y, en consecuencia, existe –incluso en las más grandes amistades y en los más grandes amores– una cierta experiencia de límite, de soledad no superada. En ocasiones, esa experiencia engendra miedo, repliegue sobre sí mismo para conservar un reducto de intimidad en el que nadie entre; en otras, impulsa hacia adelante, a buscar algo más. De este modo se encauza una inquietud del espíritu que sólo en Dios puede encontrar finalmente reposo”.
¿Está anticuada la Iglesia?
A ojos de muchos, la Iglesia aparece como algo anticuado, cuyos métodos se han ido anquilosando. Son muchos, en efecto, los que tienen esa extraña imagen. Pienso que si conocieran la fe y la realidad de la Iglesia con mayor profundidad, comprobarían que en la Iglesia sopla un aire fresco de novedad y de ideales grandes. Verían que brinda una espléndida posibilidad de transformar la propia vida.
Por eso es importante que los cristianos promuevan, por decirlo así, una cierta curiosidad por lo que significa realmente ser cristiano, y que fomenten el interés por contemplar la riqueza que la fe contiene, su variedad, su capacidad de resolver los problemas del hombre de hoy. Para descubrirlo hay que acercarse un poco, pues la fe se entiende mucho mejor cuando uno se pone en camino.
Algunos ven la fe como una simple coraza que el hombre se fabrica para sentirse mejor consigo mismo. La religión da respuesta a muchas preguntas y miedos que el hombre lleva consigo, y le ayuda a superarlos. En ese sentido, es cierto que ayuda a sentirse mejor con uno mismo. Pero aunque tenga esos efectos psicoterapéuticos, la fe no es eso, es mucho más.
En todas las épocas de la humanidad ha existido la tendencia del hombre hacia lo eterno, hacia Dios. Y de la misma manera que el hombre se siente mejor cuando lleva bien sus relaciones humanas, es lógico que sienta lo mismo, y con más intensidad, cuando lleva bien su relación con Dios.
Vivir sin fe
Parece bastante más fácil no creer que creer. Puede parecer más sencillo, o más cómodo, en el sentido de que quien no cree no se liga a nada. En ese sentido es fácil. Pero vivir sin fe no es tan fácil. La vida sin fe es complicada generalmente, porque el hombre no puede vivir sin puntos de referencia. No tenemos más que recordar la filosofía de Sartre, Camus, o de otros muchos, para comprobarlo enseguida.
La carga que conlleva la falta de fe es mucho más pesada. Tener fe es, en cierta manera, una opción. Elegir entre dos modos de ver la vida. Ambos modos –vivir con fe o sin ella– se presentan como dos posibilidades coherentes. Sin embargo, pienso que la razón y la observación de la naturaleza y del hombre llevan indefectiblemente hacia la fe. De todas formas, al final hay siempre una decisión de la voluntad. Una decisión perfectamente compatible con que después uno pueda sentir a veces el atractivo de la otra opción.
La vida con fe es más esperanzada, más optimista, más alegre.